Chile por allá arriba
Un paisito largo y flaco
Esa mañana en Coquimbo se me ocurrió preguntar: ¿A cuánto los ceviches señora?
-¡A luquita cada uno po! Todos al mismo precio, el de salmón, a la peruana, el de mariscos, de camarón, todos al mismo precio, una luquita ¡Nada má!
Fue a partir de ese momento que en realidad comenzó mi viaje en Chile, a pesar de que habían pasado ya 5 días desde que aterricé, en Santiago, pero comer un ceviche de mariscos en un mercado de un puerto del Pacífico, era lo que en realidad había venido buscando a este país.
Chile paisito flaco y largo de nuestra querida Sudamérica conocido por sus montañas, vinos y por tener una larga costa inmensa con su pescado y sus mariscos gigantescos como salidos de una película.
En Coquimbo entonces, me presentaron a los famosos mariscos de los que tanto se hablaba en todo el continente: almejas, mejillones, conchas, “piures” (¿?), “locos” (¿?) y pulpos varios en venta literalmente el día mismo de haber sido pescados. Coquimbo es conocido en todo Chile justamente por eso, por sus restaurantes de pescado y sus mariscos al lado de la caleta del puerto a donde llegan los pescadores. Y hasta allí me había dirigido aconsejado por la persona que cuidaba los autos en un parqueadero no muy lejos de allí:
-Vaya al mercado- me había dicho, -y coma un ceviche en el cuarto local de la derecha después de la entrada-
Y eso era lo que estaba haciendo.
Coquimbo es un pueblito que alguna vez había sido algo distinto de la Serena, pero en estos días esta última ha crecido tanto que Coquimbo se ha convertido en un barrio más. Estas dos ciudades de Chile eran mis primeras etapas después de Valparaíso y Santiago ciudades en las que hay restos coloniales españoles por doquier, lo que explica por qué ese cierto aire familiar que encuentro en todo lado y que me recuerda a mi país, Ecuador.
La Serena y Coquimbo siempre lucirán a mis ojos un poco peculiares pues tienen la gente, las calles y el aire de las montañas, pero se encuentran ¡al lado del mar!
Es lo mismo que con Valparaíso, del que había oído hablar durante toda mi vida en las clases de historia como de un gran puerto, sin embargo al llegar allí me encontré con ese mismo aire de montaña que encontraría luego en La Serena y Coquimbo.
Valparaíso, Valpo para los amigos, es la ciudad más fotogénica de Chile y asimismo la única en la que todavía se puede sentir el paso de la historia con sus palacios antiguos y sus ascensores ruidosos además de las huellas de un pasado más glorioso por causa de crisis económica, incendios y más que nada terremotos.
El puerto sigue allí, pero tal parece que solo es la sombra de lo que fue en sus mejores tiempos. Es, sin embargo, el lugar perfecto para caminar, pues desde cualquier lado se puede ver la ciudad sobre las colinas, las montañas, el puerto, el mar….
Pero siempre ese mismo airecito de montaña…… ¿Será porque los Andes están tan cerca? Es igual en Santiago, ciudad inmensa, con los Andes siempre al fondo, a eso le agregas un poco de contaminación, muchos inmigrantes de todo el mundo, unos cuantos millones de chilenos y ahí tienen a la capital de Chile.
Santiago, ciudad enorme de calles españolas y antepasados europeos durante el invierno austral se llena de nubarrones y lluvias pero menos frías que lo que me esperaba y sin embargo el aire melancólico sigue allí, debe de ser el invierno mezclado a tantas cosas que allí pasaron.
Pero más que nada, lo que queda es una ciudad inmensa que tiene demasiadas cosas que ver, mucha historia que conocer y barrios enormes de estudiantes de recuerdos de viejas casas y uno que otro recuerdo de la dictadura de Pinochet que tanto marcó a Chile y al resto de Sudamérica que solo pasó viendo lo que pasaba allí dentro sin hacer absolutamente nada.
Pero tampoco es cuestión de ponerse melancólico, también hay cosas más alegres: Condorito en la biblioteca nacional, las empanadas de pino (en realidad son de carne pero en Chile las llaman así) y por último los recuerdos de don Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto quien tenía su casa en el barrio Bellavista y que sigue ahí como el ultimo recuerdo que le queda a Chile para acordarse de las farras que le gustaba ofrecer.
Y antes de terminar, no sé si lo sabían pero ese don Ricardo tenía tres casas: una en Santiago, otra en Isla Negra y la última en Valparaíso pues, según dicen los historiadores, las había construido para su mujer y para su esposa. Algo me contaron de eso pero no le presté mucha atención para saber cuál era de quien, pues en la casa de Valparaíso se encuentra algo que es mucho más bonito que la casa de Don Ricardo, que dicho sea de paso la construyó de tal manera de poder ver al mar por todo lado.
Y allí tenemos lo más bonito de ese lugar: ¡El árbol de don Ricardo!
Don Ricardo, quien para sus amigos y unos cuantos millones de gentes de este planeta se lo conocía sobre todo por su pseudónimo: Pablo Neruda.